La
soledad se ha vuelto un rasgo propio de esta época. Si bien para algunos es
casi hasta necesaria para otros es una tragedia que palpita cada día. En esta
contradicción encontramos que varios sostienen que es un mal de nuestro siglo,
y que por lo tanto debemos estrechar más vínculos mientras que otros predican
la autonomía y el individualismo. ¿Qué es lo que queremos realmente? ¿Estamos
preparados para vivir sin compartir?
Aún
en esta era donde la tecnología y la comunicación dominan, en la cual las relaciones
entre los individuos son permanentes, existe un número de personas que tienden
a aislarse con un doloroso sentimiento de soledad. Ya sea por no afrontar los
riesgos que se tienen al compartir, o la frustrante idea de que el otro puede
llegar a dañar y quitar el espacio personal, el hecho se expande por todas
partes. No solo lo he notado en varios adolescentes, que pasan horas navegando por la redes sociales, o visitando
sitios webs que disminuyen sus sentimientos de soledad, sino aun en niños que
se aíslan para jugar o en personas mayores que prefieren encerrarse en el
cómodo confort del hogar o en una vida reservada, antes que crear un vinculo
con otro ser.
Las
causas pueden variar, según el tipo de persona que sea, o las circunstancias en
las que se dé el fenómeno en la vida de ésta, pero lo que se puede vislumbrar
claramente es que ésta sociedad centra a las personas en lo éxitos materiales y
que el consumo nos hace victimas y nos crea la idea de que es vital para la
existencia. Para el filósofo Gilles Lipovetsky, “serían las frustraciones las
que llevarían al individuo a consumir tanto. Cuanto más se multiplican las
contrariedades de la vida privada, mas se desencadena el consumismo a modo de
consuelo, satisfacción compensatoria y medio para levantarse la moral”. Es a partir de este impulso consumista que se
comienza a tramar una cadena de hechos, que tienden a fomentar más la soledad,
distante de satisfacer, “a pesar del mejor nivel de vida y de los modernos
instrumentos de comunicación, no disminuye el malestar anímico y aumenta
todavía más el aislamiento”, continúa afirmando Lipovetsky. Tampoco internet
nos transporta a la salvación esperada. La multiplicación de las redes sociales
y de las páginas de encuentro no necesariamente estrechan los lazos, ya que “allí
también el individuo se encuentra como uno entre la multitud de iguales, de los
que cuesta diferenciarse.
Los vínculos personales que tomar forma en al sociedad
moderna se naturalizan con el paso de los años. No por casualidad la soledad
sige arrastrando una imagen negativa. Se compadece a una persona aislada, se
lamenta que no haya encontrado a nadie que la acompañe en su recorrido vital y
se imagina su tedio, su depresión y su frustración. Y los verdaderos
solitarios, aquellos que no viven ninguno de éstos síntomas, apenas se atreven
a mencionar su estado porque temen la imagen negativa que su situación puede
traerles. ¿O acaso no se escucha todavía los clásicos comentarios como “pobrecita,
no consigue novio” o “con ese carácter te vas a quedar solo”?
En realidad el sentimiento de soledad es una noción
subjetiva. Es que uno puede sentirse solo tanto en una muchedumbre como en una
familia, e incluso en una pareja. Se trata de un sentimiento de vacio interior
que no corresponde con una necesidad de compañía sino mas bien con la sensación
de estar desconectado del mundo, casi incomprendido. En el fondo, es la aguda
conciencia de su situación de ser humano que está frente a si mismo y a la
muerte.
Como en las sociedades modernas, las personas se
encuentran para no enfrentar sus miedos, aquellos que disfrutan de la soledad
son vistos como bichos extraños. Así como hay quienes se enriquecen de sus
momentos solitarios, también están aquellos que permanecen aislados, y algunos
no hablan cotidianamente con otros. Esto refleja claramente las dos caras de la
misma moneda: la soledad es a veces penosa y desesperada pero a veces puede
aportar momentos ricos de los que podemos extraer energía, inspiración y juicio.
Las vivencias son más bien diferentes, aunque las cifras cuantitativas incluyen
a todos en al misma bolsa. En Francia, por ejemplo, 8,3 millones de personas vivían
solas en sus casas en 2004- cerca del 14% de la población- Este número no solo
se duplico en treinta años sino que además, se estima que alcanzará el 17% de
la población en 2030. Mientras que en Uruguay, salvando la aclaración que aquel
que vive solo puede tener una pareja en otro domicilio, los hogares
unipersonales han aumentado significativamente en los últimos veinte años. Un
estudio realizado por el Instituto Nacional de Estadística en 2009, revela que
los hogares conformados por una sola persona pasaron del 11,5 % al 20,8% entre
1986 y 2007. Esto se da más entre los más jóvenes y los adultos mayores de 65
años.
Los vínculos de pareja alternativas al matrimonio le
hacen cada vez mas sombra a la unión tradicional. En el siglo XVIII se asistió
al surgimiento del amor romántico. Desde
entonces, porque se ama, se pone por delante el amor. Pero a partir de la década
del noventa del siglo pasado, las cosas volvieron a cambiar ya que
existe el amor ¿Por qué casarse?. La institución ya no es el matrimonio sino el
amor, es así que varias personas, más común en mujeres han tenido en pocos años
inclusive meses, novios o “maridos” en
sus vidas que en cualquier otra época pasada. EN ESTE CONTEXTO, NO NOS
SORPRENDE QUE SE HAYA VUELTO COMPLICADO LOGRAR VINCULOS FUERTES Y DURADEROS. La
visión del sociólogo Zygmunt Bauman aporta una mayor claridad al sotener que
existe una tendencia actual a tratar a los seres humanos “como objetos de
consumo y a juzgarlos como se juzga a tales objetos, por el monto de placer que
puedan ofrecer y en términos de lo que se obtiene por ese precio”.
Queremos lo mejor al menor
costo. Cuando el otro ya no cumple las expectativas, es devuelto a la fábrica
aunque haya expirado el periodo de garantía. Y si hablar de separaciones se
trata, las mujeres asumen un papel relevante, tres de cada cuatro solicitudes
de divorcios se producen por iniciativa femenina.
Tras una separación, es importante reconstruirse solo,
sin una pareja que sirva de muleta. Esto es la única razón por la cual debemos
aprender a andar solos: se trata de un recurso que nos permite estar en
contacto con los sentimientos propios, desarrollar la imaginación creativa e
incluso soportar mejor la pérdida. Perder un amor no tiene porque tornarse una catástrofe
insoportable, por el contrario, el simple hecho de haberlo vivido debería ayudar
a recuperarse. Suena simple pero cuando se lleva a la práctica se hace más difícil
de lo que parece. Y eso es justamente una consecuencia del mundo en que
vivimos: se valora vivir con alguien pero se comienza a vislumbrar una
necesidad del espacio propio, algo que va más allá de vivir solo, con familia o
en pareja.
La soledad es audaz y peligrosa. Frente a un mundo donde
las relaciones humanas tienden a reducirse al trabajo y al sexo, debe haber
distintos modos de relación más íntimos, de solidaridad, de amistad: relaciones
desinteresadas, sólo por el placer de estar juntos. Es una forma de mantenernos
alejados de la mediocridad efímera, para privilegiar las amistades profundas.
En este nuevo modo de vida habrá más personas importantes para uno, no habrá una
única.





