sábado, 10 de marzo de 2012

La soledad, rasgo propio de ésta época.


La soledad se ha vuelto un rasgo propio de esta época. Si bien para algunos es casi hasta necesaria para otros es una tragedia que palpita cada día. En esta contradicción encontramos que varios sostienen que es un mal de nuestro siglo, y que por lo tanto debemos estrechar más vínculos mientras que otros predican la autonomía y el individualismo. ¿Qué es lo que queremos realmente? ¿Estamos preparados para vivir sin compartir?
Aún en esta era donde la tecnología y la comunicación dominan, en la cual las relaciones entre los individuos son permanentes, existe un número de personas que tienden a aislarse con un doloroso sentimiento de soledad. Ya sea por no afrontar los riesgos que se tienen al compartir, o la frustrante idea de que el otro puede llegar a dañar y quitar el espacio personal, el hecho se expande por todas partes. No solo lo he notado en varios adolescentes, que pasan horas  navegando por la redes sociales, o visitando sitios webs que disminuyen sus sentimientos de soledad, sino aun en niños que se aíslan para jugar o en personas mayores que prefieren encerrarse en el cómodo confort del hogar o en una vida reservada, antes que crear un vinculo con otro ser.

Las causas pueden variar, según el tipo de persona que sea, o las circunstancias en las que se dé el fenómeno en la vida de ésta, pero lo que se puede vislumbrar claramente es que ésta sociedad centra a las personas en lo éxitos materiales y que el consumo nos hace victimas y nos crea la idea de que es vital para la existencia. Para el filósofo Gilles Lipovetsky, “serían las frustraciones las que llevarían al individuo a consumir tanto. Cuanto más se multiplican las contrariedades de la vida privada, mas se desencadena el consumismo a modo de consuelo, satisfacción compensatoria y medio para levantarse la moral”.  Es a partir de este impulso consumista que se comienza a tramar una cadena de hechos, que tienden a fomentar más la soledad, distante de satisfacer, “a pesar del mejor nivel de vida y de los modernos instrumentos de comunicación, no disminuye el malestar anímico y aumenta todavía más el aislamiento”, continúa afirmando Lipovetsky. Tampoco internet nos transporta a la salvación esperada. La multiplicación de las redes sociales y de las páginas de encuentro no necesariamente estrechan los lazos, ya que “allí también el individuo se encuentra como uno entre la multitud de iguales, de los que cuesta diferenciarse.
            Los vínculos personales que tomar forma en al sociedad moderna se naturalizan con el paso de los años. No por casualidad la soledad sige arrastrando una imagen negativa. Se compadece a una persona aislada, se lamenta que no haya encontrado a nadie que la acompañe en su recorrido vital y se imagina su tedio, su depresión y su frustración. Y los verdaderos solitarios, aquellos que no viven ninguno de éstos síntomas, apenas se atreven a mencionar su estado porque temen la imagen negativa que su situación puede traerles. ¿O acaso no se escucha todavía los clásicos comentarios como “pobrecita, no consigue novio” o “con ese carácter te vas a quedar solo”?

      En realidad el sentimiento de soledad es una noción subjetiva. Es que uno puede sentirse solo tanto en una muchedumbre como en una familia, e incluso en una pareja. Se trata de un sentimiento de vacio interior que no corresponde con una necesidad de compañía sino mas bien con la sensación de estar desconectado del mundo, casi incomprendido. En el fondo, es la aguda conciencia de su situación de ser humano que está frente a si mismo y a la muerte.
            Como en las sociedades modernas, las personas se encuentran para no enfrentar sus miedos, aquellos que disfrutan de la soledad son vistos como bichos extraños. Así como hay quienes se enriquecen de sus momentos solitarios, también están aquellos que permanecen aislados, y algunos no hablan cotidianamente con otros. Esto refleja claramente las dos caras de la misma moneda: la soledad es a veces penosa y desesperada pero a veces puede aportar momentos ricos de los que podemos extraer energía, inspiración y juicio. Las vivencias son más bien diferentes, aunque las cifras cuantitativas incluyen a todos en al misma bolsa. En Francia, por ejemplo, 8,3 millones de personas vivían solas en sus casas en 2004- cerca del 14% de la población- Este número no solo se duplico en treinta años sino que además, se estima que alcanzará el 17% de la población en 2030. Mientras que en Uruguay, salvando la aclaración que aquel que vive solo puede tener una pareja en otro domicilio, los hogares unipersonales han aumentado significativamente en los últimos veinte años. Un estudio realizado por el Instituto Nacional de Estadística en 2009, revela que los hogares conformados por una sola persona pasaron del 11,5 % al 20,8% entre 1986 y 2007. Esto se da más entre los más jóvenes y los adultos mayores de 65 años.
            Los vínculos de pareja alternativas al matrimonio le hacen cada vez mas sombra a la unión tradicional. En el siglo XVIII se asistió al surgimiento  del amor romántico. Desde entonces, porque se ama, se pone por delante el amor. Pero a partir de la década del noventa del siglo pasado, las cosas volvieron a cambiar ya que existe el amor ¿Por qué casarse?. La institución ya no es el matrimonio sino el amor, es así que varias personas, más común en mujeres han tenido en pocos años inclusive meses,  novios o “maridos” en sus vidas que en cualquier otra época pasada. EN ESTE CONTEXTO, NO NOS SORPRENDE QUE SE HAYA VUELTO COMPLICADO LOGRAR VINCULOS FUERTES Y DURADEROS. La visión del sociólogo Zygmunt Bauman aporta una mayor claridad al sotener que existe una tendencia actual a tratar a los seres humanos “como objetos de consumo y a juzgarlos como se juzga a tales objetos, por el monto de placer que puedan ofrecer y en términos de lo que se obtiene por ese precio”.   
Queremos lo mejor al menor costo. Cuando el otro ya no cumple las expectativas, es devuelto a la fábrica aunque haya expirado el periodo de garantía. Y si hablar de separaciones se trata, las mujeres asumen un papel relevante, tres de cada cuatro solicitudes de divorcios se producen por iniciativa femenina.


               Tras una separación, es importante reconstruirse solo, sin una pareja que sirva de muleta. Esto es la única razón por la cual debemos aprender a andar solos: se trata de un recurso que nos permite estar en contacto con los sentimientos propios, desarrollar la imaginación creativa e incluso soportar mejor la pérdida. Perder un amor no tiene porque tornarse una catástrofe insoportable, por el contrario, el simple hecho de haberlo vivido debería ayudar a recuperarse. Suena simple pero cuando se lleva a la práctica se hace más difícil de lo que parece. Y eso es justamente una consecuencia del mundo en que vivimos: se valora vivir con alguien pero se comienza a vislumbrar una necesidad del espacio propio, algo que va más allá de vivir solo, con familia o en pareja.
                 La soledad es audaz y peligrosa. Frente a un mundo donde las relaciones humanas tienden a reducirse al trabajo y al sexo, debe haber distintos modos de relación más íntimos, de solidaridad, de amistad: relaciones desinteresadas, sólo por el placer de estar juntos. Es una forma de mantenernos alejados de la mediocridad efímera, para privilegiar las amistades profundas. En este nuevo modo de vida habrá más personas importantes para uno, no habrá una única.